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Pisando por primera vez India

  • Alicia García
  • 29 sept 2018
  • 4 Min. de lectura

He vuelto hace 5 días de la experiencia más importante que he hecho hasta ahora tras pasar 1 mes de voluntariado en Calcuta (India). Un viaje de contacto con la vida porque las calles de Calcuta, son instantes de vida. En este primer texto hablaré de las primeras sensaciones que invadieron mi cuerpo, más tarde profundizaré en temas como el voluntariado, las mujeres, y el concepto vida-muerte.


Me cuesta ponerme a escribir sobre la India, ahora mismo tengo los sentimientos y las emociones paralizadas. Se encuentran en una pequeña caja de cristal que, quizás, en algún momento se rompa. Durante este mes no he dejado de recibir información en todos los sentidos posibles. Los que más llaman la atención son: la vista, el olfato (¡Ay el olfato!), el oído y el hipotálamo. Este último, sin ser un sentido, es el quid de la cuestión. Controla las emociones que siempre están a flor de piel. No he tenido un solo momento de pausa y reflexión, por lo que Con los pies en la India será una serie de relatos con recuerdos y pensamientos del viaje de mi vida.


En la India todo es diferente. La convergencia entre culturas y religiones ya lo damos por hecho pero me impactó en especial la sociedad, es decir, las personas. La gran mayoría de los Hindús más que vivir, sobreviven. Calcuta no descansa, es una ciudad inmensa que no duerme. El comercio y la marea de gente está activa las 24 horas del día. Las calles, cada rincón está ocupado por pequeños puestos de fruta, pollo rebozado (eso creo que era), o pequeños y modestos hogares. Dos mantas y cuatro cajas de cartón puede ser el hogar de toda una familia. La vida se valora de otra forma, se piensa muy diferente. Mi sensación al ver a las personas que han sido mis vecinos, que nos conocían y que nos veían pasar cada día arriba y abajo, es que no se preocupan por los prejuicios ni él qué dirán. No viven amargados aun teniéndolo todo (materialmente hablando), son felices siendo conscientes de la pobreza en la que viven. Te das cuenta de lo afortunados que somos aquí y lo infelices que llegamos a ser. Da pena pensar que solo miramos por nuestro propio ombligo.


Sigamos. Lo primero que choca de Calcuta es su olor, su jodido especial olor al que finalmente te acabas acostumbrando. Es inexplicable. Solo se entiende si has estado ahí. Una mezcla entre todo tipo de basura, calor, humedad, animales y personas, comida putrefacta, heces, etc. Si te paras a pensar, abres bien los ojos y miras a tu alrededor te das cuenta que no podría oler de otra forma. Todo se hace en la calle, se cocina, se comercia, se asean, se duerme y se convive. Añadir también que los cuervos son las nuevas palomas de Barcelona :)

Como amante de los animales, me daba mucha pena ver el estado de los perros callejeros con todo tipo de enfermedades, buscando comida por doquier y agotados por el insaciable calor. A cada tramo de calle te encuentras con una vaca (ojo, animal sagrado), una cabra o incluso un mono.


Un viaje que hace que salgas por completo de tú zona de confort. Dejas de estar en tu pequeño mundo occidental en el que pasa una mosca y te molesta, en el que puedes caminar fácilmente por una acera sin riesgo a morir atropellado por un tuk-tuk, un taxi, un camión, un tranvía, un bus o un rickshaw. El ruido es una locura, los pitidos del claxon vienen incorporados con la cantidad de coches. Al no tener ni una sola norma de tráfico ni señales en las carreteras mantienen su propio lenguaje. El pitido tiene diferentes significados como: “cuidado que paso”, “aparta que voy yo primero” y “peatón, quita”. Las carreteras están a prueba de muerte pero os aseguro que en todo el mes que estuve, no vi un solo accidente. Eso sí, si quieres sentir una aventura digna de Pekín Express intenta subir a un bus público indio. Prácticamente no se paran para que subas ni bajes, allá tú con tú habilidad para saltar medianamente en marcha. A nosotros por suerte, muy amables y considerados, nos hacían el favor de parar.


No sé si será verdad que India te cambia pero si sé que ninguna mirada te es indiferente. Todos te miran como si fueras un mono de feria, algunos te piden fotos, otros se hacen selfies enfocándote y esperando que no te des cuenta. Un occidental cuando visita estos países llama mucho la atención. Son miradas distintas a las que estamos acostumbrados. Directas y profundas.

Realmente la pobreza es algo que choca mucho de primeras pero luego te acostumbras a vivir en una rueda que no deja de girar y a la que debes adaptarte. La India es así, hay muchísima miseria pero también mucho lujo. Es un país de contrastes, donde las castas todavía se ven y se sienten. Los barrios más pobres son los Slums, barriadas de chabolas que han proliferado en distintas ciudades de la India. Impresiona y te deja sin palabras, como me esta pasando al escribir sobre esto.

Recuerdo una tarde que fuimos a dar un paseo por un barrio un poco alejado del centro, miré hacia un lado y como en cada rincón: personas pidiendo para sobrevivir y niños que se acercan a ti para vender. Pero al girar la cabeza y me choqué con la entrada de un gigante centro comercial que fácilmente veríamos en cualquiera de las principales ciudades occidentales.

La lluvia cae sin avisar y el monzón se abre paso entre las calles y la muchedumbre como si de un río se tratase, lo arrastra todo y en pocos minutos te encuentras el agua por los tobillos. Si bien es verdad, debido al fuerte calor que abrasa la piel y la pegajosa humedad, un poco de lluvia diaria no vino mal. Te ayuda a respirar. Las primeras gotas de lluvia que cayeron sobre mi piel escocían levemente. Era lluvia acida, por culpa de la cantidad de contaminación que hay.


Calcuta es caos, pero un caos con encanto. En pocos días sientes que formas parte de todo, como si la hubieses experimentado antes. Todo su verde, sus tropecientos enormes templos y sus paisajes forman parte de tú rutina.

Sus calles durante un mes, fueron mis calles. En el fondo en esto consiste la vida, en recopilar experiencias que marquen la tuya propia.

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